Podridos entre las paredes a la orilla del mar, absorbiendo como a sorbos la sal de la brisa, alejados de la ciudad y recibiendo latigazos de los guardias. Jacinto, el preso 17-13, revive una historia de crueldad entre monos, murciélagos y tiburones. Carga con el peso de ser el monstruo de la Basílica.
Él, Cristino, Lucas, el preso 8-95 y otros dos compañeros más están olvidados, desterrados y separados de sus familias en una celda de lo que fue la Isla San Lucas por allá de 1940. Pican piedra y pasan atados a grilletes.
Todos son actores de una vergüenza nacional, traída a las tablas en una de las coyunturas más duras para el Sistema Penitenciario. Anoche se presentó la premier de ‘La isla de los hombres solos’, a un grupo de 17 jóvenes que dejaron su propia ‘isla’ –los dormitorios del Centro de Formación Juvenil Zurquí– para verse reflejados en el Teatro Espressivo.
La expectativa era más alta de lo común. El reto actoral era obvio: interpretarse como un privado de libertad sin haberlo sido nunca, y transmitir las emociones del sufrimiento que allí se vive, no es fácil cuando al frente hay muchachos que llevan semanas, meses y años olvidados por una sociedad que los segrega.Sin embargo, los tiempos han cambiado. José Mario, quien también es actor en el CFJ Zurquí, asegura que, si bien los relatos de prisión ya no son a ese nivel, la cárcel por sí sola es una experiencia fea, pero agradece estos espacios de humanización y de libertad que el Ministerio de Justicia y Paz brinda. “En la cárcel hay tristeza, encierro y asilamiento…”, dijo.
Pablo Morales interpreta al protagonista Jacinto y asegura que sintió una conexión muy especial con el público. “El vivir dentro de una prisión tiene connotaciones sociales, espirituales y emocionales que viven los personajes de la obra y estos espectadores entendieron. En el tema de la tortura, por ejemplo, las condiciones carcelarias son ahora diferentes, pero lo que vivieron esas personas, este público lo entendió muy bien. Yo sentí esa conexión con ellos”, narró.
“¿La gente será realmente capaz de comprender, de asimilar esta situación y entender lo que uno pasa día a día? Esos privados de libertad vivieron una situación más compleja que la nuestra, pero nosotros también somos privados de libertad”, afirma Esteban, de 22 años.
Para el coreógrafo Humberto Canessa hubo que hacer un trabajo con los actores para sentir las ataduras, la dificultad del movimiento y el trabajo forzoso. “La isla es un espacio misterioso y extraño, no hay escapatoria. Este es el país de la paz, de la democracia, donde todos son tratados como familia, pero al final uno se pregunta ¿qué es la libertad, qué es estar prisionero, qué es estar en este paraíso?
”Todos los humanos nos equivocamos todo el tiempo y a cada rato. Ellos se vieron en la obligación de planteárselo. Mucho hicieron ensayos encadenados como originalmente estaban en la isla. Eso crea una dinámica corporal, una sensación de sentirse raros, diferentes, desterrados, páridas, los que la sociedad no quiere y no necesita”, explicó.
La directora del CFJ Zurquí, Kattia Góngora, comentó que la sociedad está muy confundida sobre lo que implica ser privado de libertad. “Nos cuesta entender a la gente pidiendo la pena de muerte, aunque esto se entiende cuando hay eventos tan fuertes. Sin embargo, esto deshumaniza. El haber traído a los muchachos al teatro es una pequeña práctica de libertad. Ellos se lo han ganado. Es una oportunidad sin precedentes”, comenta.
El esfuerzo forma parte de las labores de la promotora cultural del CFJ Zurquí, Miriam Calderón, con el apoyo del Teatro Espressivo, para que los jóvenes puedan ver teatro. De hecho, es la segunda vez que un grupo de privados de libertad asiste a este sitio, bajo la custodia y con el acompañamiento de la Policía Penitenciaria.
“Al final, todos son seres humanos que igual necesitan atención, ternura, cariño y abrazo. Creamos tensiones entre los personajes, pero también solidaridad, atención y respeto para verse a los ojos y decirse las cosas”, concluyó Canessa.
El coreógrafo defendió la posición de no reabrir la isla San Lucas como cárcel. “A punta de chuzazos no se va a curar nadie. Esto no es un problema de cura, es un problema social más profundo, enraizado en otros puntos. Los ticos tenemos una idea de paz, pero en el fondo somos conformistas, el país está lleno de corruptos y la sociedad se corrompe en fragmentos. Ahí es donde hay que trabajar, en la calle, escuelas y colegios. Si se trabaja desde ahí, muchos privados de libertad no estarían donde están”, añadió.