Hace casi dos años, la Policía allanó la casa de un joven, de 17 años, y él fue enviado a prisión. En ese momento, su perra Kiara tenía cinco años y vio a su dueño ser detenido por los agentes judiciales. Sufrió la separación con él y entró en depresión, no comía ni dormía.
Desde entonces, no veía a su dueño, quien inició recibió una condena de varios años de prisión en el Centro de Formación Juvenil Zurquí. Alejandra Barboza, la madre del muchacho asegura que, a pesar de la separación física, su hijo siempre llamaba a Kiara por teléfono.
“Yo siempre que la llamo y ella me ladra como si me estuviera hablando”, asegura el joven, mientras su madre explica que cuando la perra lo escucha hablar, para las orejas y mueve la cola.
Este viernes, en medio de una gran sorpresa, el CFJ Zurquí recibió la primera visita canina para que el joven, ahora de 19 años, pudiese ver a Kiara, una American Stafford de siete años. La perra fue un regalo de su papá cuando tenía apenas un mes. El muchacho esperaba recibir la visita de su madre y su hermana, pero esta vez, no hubo palabras, a lo lejos vio donde también venía Kiara, amarrada a su collar y caminando despacio por su gordura. Por unos segundos, la perra ignoró al dueño, no lo reconoció, y las lágrimas de la familia se dejaron ver.
El joven comenzó a hablarle a la perra y acariciarla hasta que ella comenzó a reconocerlo y, desde entonces, no se separó de él durante las pocas horas que duró el encuentro. El muchacho no dejó de abrazar a su “bebé”, como la llamaba delante de sus compañeros de sección.
“Mi preocupación era que ella se muriera sin que yo pudiese verla. Yo no sabía que me la iban a traer. Yo me sorprendí, me puse alegre porque tenía rato de no verla. Ahora quedo contento y ella también porque me extraña”, afirmó el muchacho.
Para Sofía Elizondo, trabajadora social del CFJ Zurquí, se trató de una petición atípica que finalmente aprobaron desde que la madre planteó la solicitud. “Esto favorece el vínculo de la persona y el animal. Al revisar la historia de él, vemos que la tenencia del animal lo ha marcado. A nivel terapéutico esto puede traer beneficios porque permite sensibilizar y que el joven se abra más en su terapia. El privado de libertad valora doblemente lo que hay afuera. El animal es un miembro más de la familia. Esto no puede ser una apertura para toda la población, pero se trató además de un incentivo por su buen comportamiento.
”El área de seguridad del centro también colaboró. Sabemos que la cárcel es un ambiente hostil y se afectan otras áreas, no solo la libertad de tránsito. Hay una pérdida de contacto con la realidad. Permitimos esto porque creemos que la población se podrá sensibilizar y abrir más. A los muchachos no les gusta entrar en sus áreas de dolor, de vulnerabilidad, y al estar más conectados con sus emociones, pueden sanar sus heridas”, explicó.